Las Medidas del Tiempo
“El tiempo absoluto, verdadero y matemático, por sí mismo y por su propia naturaleza, fluye uniformemente sin referencia a nada externo, y se llama con otro nombre: duración”
Sir Isaac Newton
“Preciso tiempo necesito ese tiempo
que otros dejan abandonado
porque les sobra o ya no saben
qué hacer con él
tiempo
en blanco
en rojo
en verde
hasta en castaño oscuro
no me importa el color
cándido tiempo
que yo no puedo abrir
y cerrar
como una puerta”
Mario Benedetti
A medida que pasan los días, ahora que ya se agota septiembre, el sol se deja ver menos. Cada vez anochece antes, restándose poco a poco los minutos de luz. Ante nuestros ojos, el otoño despliega -como por arte de magia- la belleza infinita de su paleta de colores, y avanzamos a paso cierto hacia el invierno: hogar, calor, familia.
Ciclos.
En el párrafo anterior hemos mencionado, al menos, cuatro. Más extensos y más breves. Diferentes nombres para diferentes conceptos que acotan el tiempo, para moldearlo, para manejarlo convirtiéndolo en algo tangible y medible. Para comprenderlo.
La Humanidad ha sentido, desde su origen, la poderosa necesidad de poseer el tiempo, como quien posee una prenda de abrigo o una pieza de comida. Así, se han sucedido diferentes ingenios, instrumentos, reglas y objetos que han servido a ese propósito y que sobreviven hoy en formatos acordes a las nuevas tecnologías: los cálculos astronómicos y la medida de los días y las estaciones; los intrincados calendarios solares y lunares; las clepsidras, los relojes de sol, de arena, de fuego, de péndulo, de vela, de cuarzo, atómico, despertador, inteligente… Sin embargo, hay algo en el tiempo que se nos escapa.
Hemos de bajar unos cuantos pisos en el ascensor de la Historia y volver al siglo XVII. De ese punto es desde donde parten las principales teorías sobre el tiempo, como valor absoluto y real, indiscutible e independiente de cualquier otro elemento. Los enunciados de Newton, Clarke y Leibniz marcarán las pautas a nivel científico: los dos primeros, defendiendo la existencia de un tiempo absoluto, sin acción causal sobre las cosas; el tercero, con su nueva vuelta de tuerca teórica, según la que el tiempo es el orden de las cosas que no son simultáneas, un orden lógico de sucesiones que liga un evento a otro.
Si volvemos dentro del ascensor y subimos un par de pisos, hasta el siglo XIX, nos encontramos con las primeras críticas a las teorías newtonianas y sus principios, formuladas por Mach. Pero no será hasta el siglo XX cuando la irrupción de la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, con su revisión del concepto de simultaneidad: para Einstein, tiempo y espacio quedan sujetos al movimiento de quién observa o se modifican en función de la acción de los campos gravitatorios.
Pero, ¿y si analizamos este mismo concepto desde el punto de vista de la filosofía occidental? Para la física cuántica, “la diferencia entre pasado y futuro no es más que una ilusión”[1]. Podrían preguntárselo al famoso gato de Schrödinger… Pero, según la concepción filosófica de Occidente, el tiempo es unidireccional si nos atenemos a nuestra propia experiencia y a la observación: el pasado queda atrás; el futuro nos aguarda más adelante; el presente es el punto de referencia para esa diferenciación antes-después. Πάντα ῥεῖ –panta rei, todo fluye-, diría Heráclito[2]. El tiempo se convierte en una flecha que no modifica su dirección: avanza, se expande al mismo ritmo que el universo, siempre hacia ese futuro desconocido e imprevisible. No salta, no retrocede, no es posible alterarlo ni modificarlo. Tiempo y entropía.[3]
Por otra parte, el predominio de la concepción oriental del tiempo como un suceso cíclico, de eterno retorno, que se repite necesariamente una y otra vez, choca frontalmente con esa otra visión lineal, de progreso y avance imparable de la sociedad a este lado del globo. Fatalidad versus culpa. Dos fuerzas motrices próximas, pero no idénticas.
¿Cuál es la respuesta adecuada, la más acertada al misterio que es el tiempo? Lo cierto es que no la hay todavía. En su “Brevísima historia del Tiempo”[4], Stephen Hawking nos propone algunas soluciones y nos hace replantearnos muchas de nuestras certezas. De ese ensayo, muy recomendable para mentes curiosas, nos quedamos con esta cita -a modo de conclusión- :
Nos hallamos en un mundo desconcertante. Queremos darle sentido a lo que vemos a nuestro alrededor, y nos preguntamos: ¿Cuál es la naturaleza del universo? ¿Cuál es nuestro lugar en él, y de dónde surgimos él y nosotros? ¿Por qué es cómo es?
Que cada lector escoja su respuesta.
Por: María Vázquez www.linkedin.com/in/mvazquezscq
[1] Albert Einstein, citado en Wagensberg, J.(1992). Proceso al azar. Buenos Aires, Argentina: Tusquets Ed.
[2] Heráclito de Éfeso, en el blog de la UCM: https://www.umcervantes.cl/grandes-pensadores-de-la-historia-de-la-humanidad-heraclito/
[3] Se hace mención aquí al 2º Principio de la Termodinámica, según el cual los sistemas físicos aislados tienden a estados de máxima entropía en que, una vez alcanzados, permanecen; ergo, la entropía solo tiene en una dirección posible: el incremento constante.
[4] Hawking, S. y Mlodinov, L. (2005). Brevísima historia del Tiempo. Barcelona, España: Ed. Crítica
Cortesia de: Tu Nueva Información
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