miércoles, 27 de julio de 2022
HANNAH ARENDT
LA CONDICIÓN HUMANA
"Las condiciones de la existencia humana —la propia vida, natalidad y mortalidad, mundanidad, pluralidad y la Tierra— nunca pueden «explicar» lo que somos o responder a la pregunta de quiénes somos por la sencilla razón de que jamás nos condicionan absolutamente." - Hannah Arendt
Texto de la escritora y teórica política alemana, Hannah Arendt, una de las filósofas más influyentes del siglo XX.
Por: Hannah Arendt
Vita activa y la condición humana
Con la expresión vita activa me propongo designar tres actividades fundamentales: labor, trabajo y acción. Son fundamentales porque cada una corresponde a una de las condiciones básicas bajo las que se ha dado al hombre la vida en la tierra.
Labor es la actividad correspondiente al proceso biológico del cuerpo humano, cuyo espontáneo crecimiento, metabolismo y decadencia final están ligados a las necesidades vitales producidas y alimentadas por la labor en el proceso de la vida. La condición humana de la labor es la misma vida.
Trabajo es la actividad que corresponde a lo no natural de la exigencia del hombre, que no está inmerso en el constantemente repetido ciclo vital de la especie, ni cuya mortalidad queda compensada por dicho ciclo. El trabajo proporciona un «artificial» mundo de cosas, claramente distintas de todas las circunstancias naturales. Dentro de sus límites se alberga cada u na de las vidas individuales, mientras que este mundo sobrevive y trasciende a todas ellas. La condición humana del trabajo es la mundanidad.
La acción única actividad que se da entre los hombres sin la mediación de cosas o materia, corresponde a la condición humana de la pluralidad, al hecho de que los hombres, no el Hombre, vivan en la Tierra y habiten en el mundo. Mientras que todos los aspectos de la condición humana están de algún modo relacionados con la política, esta pluralidad es específicamente la condición —no sólo la conditio sine qua non, sino la conditio per quam— de toda vida política. Así, el idioma de los romanos, quizás el pueblo más político que hemos conocido, empleaba las expresiones «vivir» y «estar entre hombres» (ínter homines esse) o «morir» y «cesar de estar entre hombres» (inter homines esse desinere) como sinónimos. Pero en su forma más elemental, la condición humana de la acción está implícita incluso en el Génesis («y los creó macho y hembra»), si entendemos que esta historia de la creación del hombre se distingue en principio de la que nos dice que Dios creó originalmente el Hombre (adam), a «él» y no a «ellos», con lo que la multitud de seres humanos se convierte en resultado de la multiplicación. La acción sería un lujo innecesario, una caprichosa interferencia en las leyes generales de la conducta, si los hombres fueran de manera interminable repeticiones reproducibles del mismo modelo, cuya naturaleza o esencia fuera la misma para todos y tan predecible como la naturaleza o esencia de cualquier otra cosa. La pluralidad es la condición de la acción humana debido a que todos somos Lo mismo, es decir, humanos, y por tanto nadie es igual a cualquier otro que haya vivido, viva o vivirá.
Estas tres actividades y sus correspondientes contradicciones están íntimamente relacionadas con la condición más general de la existencia humana: nacimiento y muerte, natalidad y mortalidad. La labor no sólo asegura la supervivencia individual, sino también la vida de la especie. El trabajo y su producto artificial hecho por el hombre, concede una medida de permanencia y durabilidad a la futilidad de la vida mortal y al efímero carácter del tiempo humano. La acción, hasta donde se compromete en establecer y preservar los cuerpos políticos, crea la condición para el recuerdo, esto es, para la historia. Labor y trabajo, así como la acción, están también enraizados en la natalidad, ya que tienen la misión de proporcionar y preservar —prever y contar con— el constante aflujo de nuevos llegados que nacen en el mundo como extraños. Sin embargo, de las tres, la acción mantiene la más estrecha relación con la condición humana de la natalidad; el nuevo comienzo inherente al nacimiento se deja sentir en el mundo sólo porque el recién llegado posee la capacidad de empezar algo nuevo, es decir, de actuar. En este sentido de iniciativa, un elemento de acción, y por lo tanto de natalidad, es inherente a todas las actividades humanas Más aún, ya que la acción es la actividad política por excelencia, la natalidad, y no la mortalidad, puede ser la categoría central del pensamiento político, diferenciado del metafísico.
La condición humana abarca más que las condiciones bajo las que se ha dado la vida al hombre. Los hombres son seres condicionados, ya que todas las cosas con las que entran en contacto se convierten de inmediato en una condición de su existencia. El mundo en el que la vita activa se consume, está formado de cosas producidas por las actividades humanas; pero las cosas que deben su existencia exclusivamente a los hombres condicionan de manera constante a sus productores humanos. Además, de las condiciones bajo las que se da la vida del hombre en la Tierra, y en parte fuera de ellas, los hombres crean de continuo sus propias y autoproducidas condiciones que, no obstante su origen humano y variabilidad, poseen el mismo poder condicionante que las cosas naturales. Cualquier cosa que toca o entra en mantenido contacto con la vida humana asume de inmediato el carácter de condición de la existencia humana. De ahí que los hombres, no importa lo que hagan, son siempre seres condicionados. Todo lo que entra en el mundo humano por su propio acuerdo o se ve arrastrado a él por el esfuerzo del hombre pasa a ser parte de la condición humana. El choque del mundo de la realidad sobre la existencia humana se recibe y siente como fuerza condicionadora. La objetividad del mundo —su carácter de objeto o cosa— y la condición humana se complementan mutuamente; debido a que la existencia humana es pura existencia condicionada, sería imposible sin cosas, y éstas formarían un montón de artículos no relacionados, un no-mundo, si no fueran las condiciones de la existencia humana.
Para evitar el malentendido: la condición humana no es lo mismo que la naturaleza humana, y la suma total de actividades y capacidades que corresponden a la condición humana no constituye nada semejante a la naturaleza humana. Ni las que disentimos aquí, ni las que omitimos, como pensamiento y razón, ni siquiera la más minuciosa enumeración de todas ellas, constituyen las características esenciales de la existencia humana, en el sentido de que sin ellas dejaría de ser humana dicha existencia. El cambio más radical que cabe imaginar en la condición humana sería la emigración de los hombres desde la Tierra hasta otro planeta. Tal acontecimiento, ya no totalmente imposible, llevaría consigo que el hombre habría de vivir bajo condiciones hechas por el hombre, radicalmente diferentes de las que le ofrece la Tierra. Ni labor, ni trabajo, ni acción, ni pensamiento, tendrían sentido tal como los conocemos. No obstante, incluso estos hipotéticos vagabundos seguirían siendo humanos; pero el único juicio que podemos hacer con respecto a su «naturaleza» es que continuarían siendo seres condicionados, si bien su condición sería, en gran parte, autofabricada.
El problema de la naturaleza humana, la quaestio mihi factus sum de san Agustín («he llegado a ser un problema para mí mismo»), no parece tener respuesta tanto en el sentido psicológico individual como en el filosófico general. Resulta muy improbable que nosotros, que podemos saber, determinar, definir las esencias naturales de todas las cosas que nos rodean, seamos capaces de hacer lo mismo con nosotros mismos, ya que eso supondría saltar de nuestra propia sombra. Más aún, nada nos da derecho a dar por sentado que el hombre tiene una naturaleza o esencia en el mismo sentido que otras cosas. Dicho con otras palabras: si tenemos una naturaleza o esencia, sólo un dios puede conocerla y definirla, y el primer requisito sería que hablara sobre un «quién» como si fuera un «qué». La perplejidad radica en que los modos de la cognición humana aplicable a cosas con cualidades «naturales», incluyendo a nosotros mismos en el limitado grado en que somos especímenes de la especie más desarrollada de vida orgánica, falla cuando planteamos la siguiente pregunta: «¿Y quiénes somos?». A esto se debe que los intentos de definir la naturaleza humana terminan casi invariablemente en la creación de una deidad, es decir, en el dios de los filósofos que, desde Platón, se ha revelado tras estudio más atento como una especie de idea platónica del hombre. Claro está que desenmascarar tales conceptos filosóficos de lo divino como conceptualizaciones de las capacidades y cualidades humana no supone una demostración, ni siquiera un argumento, de la no existencia de Dios; pero el hecho de que los intentos de definir la naturaleza del hombre lleven tan fácilmente a una idea que de manera definitiva nos suena como «superhumana» y, por lo tanto, se identifique con lo divino, arroja sospechas sobre el mismo concepto de «naturaleza humana».
Por otra parte, las condiciones de la existencia humana —la propia vida, natalidad y mortalidad, mundanidad, pluralidad y la Tierra— nunca pueden «explicar» lo que somos o responder a la pregunta de quiénes somos por la sencilla razón de que jamás nos condicionan absolutamente. Ésta ha sido desde siempre la opinión de la filosofía, a diferencia de las ciencias —antropología, psicología, biología, etc.— que también se preocupan del hombre. Pero en la actualidad casi cabe decir que hemos demostrado incluso científicamente que, si bien vivimos ahora, y probablemente seguiremos viviendo, bajo las condiciones terrenas, no somos simples criaturas sujetas a la Tierra. La moderna ciencia natural debe sus grandes triunfos al hecho de haber considerado y tratado a la naturaleza sujeta a la Tierra desde un punto de vista verdaderamente universal, es decir, desde el de Arquímedes, voluntaria y explícitamente considerado fuera de la Tierra.
La expresión vita activa está cargada de tradición. Es tan antigua (aunque no más) como nuestra tradición de pensamiento político. Y dicha tradición, lejos de abarcar y conceptualizar todas las experiencias políticas de la humanidad occidental, surgió de una concreta constelación histórica: el juicio a que se vio sometido Sócrates y el conflicto entre el filósofo y la polis. Esto eliminó muchas experiencias de un pasado próximo que eran inaplicables a sus inmediatos objetivos políticos y prosiguió hasta su final, en la obra de Karl Marx, de una manera altamente selectiva. La expresión misma —en la filosofía medieval, la traducción modelo de la aristotélica bios politikos— se encuentra ya en san Agustín, donde como vita negotiosa o actuosa, aún refleja su significado original: vida dedicada a los asuntos público-políticos.
Aristóteles distinguió tres modos de vida (bioi) que podían elegir con libertad los hombres, o sea, con plena independencia de las necesidades de la vida y de las relaciones que originaban. Este requisito de libertad descartaba todas las formas de vida dedicadas primordialmente a mantenerse vivo, no sólo la labor, propia del esclavo, obligado por la necesidad a permanecer vivo y sujeto a la ley de su amo, sino también la vida trabajadora del artesano libre y la adquisitiva del mercader.
En resumen, excluía a todos los que involuntariamente, de manera temporal o permanente, habían perdido la libre disposición de sus movimientos y actividades. Esas tres formas de vida tienen en común su interés por lo «bello», es decir, por las cosas no necesarias ni meramente útiles: la vida del disfrute de los placeres corporales en la que se consume lo hermoso; la vida dedicada a los asuntos de la polis, en la que la excelencia produce bellas hazañas y, por último, la vida del filósofo dedicada a inquirir y contemplar las cosas eternas, cuya eterna belleza no puede realizarse mediante la interferencia productora del hombre, ni cambiarse por el consumo de ellas.
La principal diferencia entre el empleo de la expresión en Aristóteles y en el medioevo radica en que el bias politikos denotaba de manera explícita sólo el reino de los asuntos humanos, acentuando la acción, praxis, necesaria para establecerlo y mantenerlo. Ni la labor ni el trabajo se consideraba que poseyera suficiente dignidad para constituir un bias, una autónoma y auténticamente humana forma de vida; puesto que servían y producían lo necesario y útil, no podían ser libres, independientes de las necesidades y exigencias humanas. La forma de vida política escapaba a este veredicto debido al modo de entender los griegos la vida de la polis, que para ellos indicaba una forma muy especial y libremente elegida de organización política, y en modo alguno sólo una manera de acción necesaria para mantener unidos a los hombres dentro de un orden. No es que los griegos o Aristóteles ignoraran que la vida humana exige siempre alguna forma de organización política y que gobernar constituyera una distinta manera de vida, sino que la forma de vida del déspota, puesto que era «meramente» una necesidad, no podía considerarse libre y carecía de relación con el bios politikos.
Con la desaparición de la antigua ciudad-estado —parece que san Agustín fue el último en conocer al menos lo que significó en otro tiempo ser ciudadano—, la expresión vita activa perdió su específico significado político y denotó toda clase de activo compromiso con las cosas de este mundo. Ni que decir tiene que de esto no se sigue que labor y trabajo se elevaran en la jerarquía de las actividades humanas y alcanzaran la misma dignidad que una vida dedicada a la política. Fue, más bien, lo contrario: a la acción se la consideró también entre las necesidades de la vida terrena, y la contemplación (el bias theôrêtikos, traducido por vita contemplativa) se dejó como el único modo de vida verdaderamente libre.
Sin embargo, la enorme superioridad de la contemplación sobre la actividad de cualquier clase, sin excluir a la acción, no es de origen cristiano. La encontramos en la filosofía política de Platón, en donde toda la utópica reorganización de la vida de la polis no sólo está dirigida por el superior discernimiento del filósofo, sino que no tiene más objetivo que hacer posible la forma de vida de éste. La misma articulación aristotélica de las diferentes formas de vida, en cuyo orden la vida del placer desempeña un papel menor, se guía claramente por el ideal de contemplación (theōria). A la antigua libertad con respecto a las necesidades de la vida y a la coacción de los demás, los fílósofos añadieron el cese de la actividad política (skholē); por lo tanto, la posterior actitud cristiana de liberarse de la complicación de los asuntos mundanos, de todos los negocios de este mundo, se originó en la filosofía apolitia de la antigüedad. Lo que fue exigido sólo por unos pocos se consideró en la era cristiana como derecho de todos.
La expresión vita activa, comprensiva de todas las actividades humanas y definida desde el punto de vista de la absoluta quietud contemplativa, se halla más próxima a la askholia («inquietud») griega, con la que Aristóteles designaba a toda actividad, que al bias politikos griego. Ya en Aristóteles la distinción entre quietud e inquietud, entre una casi jadeante abstención del movimiento físico externo y la actividad de cualquier clase, es más decisiva que la diferencia entre la forma de vida política y la teórica, porque finalmente puede encontrarse dentro de cada una de las tres formas de vida. Es como la distinción entre guerra y paz: de la misma manera que la guerra se libra por amor a la paz, así toda clase de actividad, incluso los procesos de simple pensamiento, deben culminar en la absoluta quietud de la contemplación. Cualquier movimiento del cuerpo y del alma, así como del discurso y del razonamiento, han de cesar ante la verdad. Ésta, trátese de la antigua verdad del Ser o de la cristiana del Dios vivo, únicamente puede revelarse en completa quietud humana.[12]
Tradicionalmente y hasta el comienzo de la Edad Moderna, la expresión vita activa jamás perdió su connotación negativa de «in-quietud», nec-otium, a-skholia. Como tal permaneció íntimamente relacionada con la aún fundamental distinción griega entre cosas que son por sí mismas lo que son y cosas que deben su existencia al hombre, entre cosas que son physei y las que son nomo. La superioridad de la contemplación sobre la actividad reside en la convicción de que ningún trabajo del hombre puede igualar en belleza y verdad al kosmos físico, que gira inmutable y eternamente sin ninguna interferencia del exterior, del hombre o dios. Esta eternidad sólo se revela a los ojos humanos cuando todos los movimientos y actividades del hombre se hallan en perfecto descanso. Comparada con esta actitud de reposo, todas las distinciones y articulaciones de la vita activa desaparecen. Considerada desde el punto de vista de la contemplación, no importa lo que turbe la necesaria quietud, siempre que la turbe.
Tradicionalmente, por lo tanto, la expresión vita activa toma su significado de la vita contemplativa; su muy limitada dignidad se le concede debido a que sirve las necesidades y exigencias de la contemplación en un cuerpo vivo. El cristianismo, con su creencia en el más allá, cuya gloria se anuncia en el deleite de la contemplación, confiere sanción religiosa al degradamiento de la vita activa a una posición derivada, secundaria; pero la determinación del orden coincidió con el descubrimiento de la contemplación (theōria) como facultad humana, claramente distinta del pensamiento y del razonamiento, que se dio en la escuela socrática y que desde entonces ha gobernado el pensamiento metafísico y político a lo largo de nuestra tradición. Parece innecesario para mi propósito discutir las razones de esta tradición. Está claro que son más profundas que la ocasión histórica que dio origen al conflicto entre la polis y el filósofo y que así, casi de manera incidental, condujo también al hallazgo de la contemplación como forma de vida del filósofo. Dichas razones deben situarse en un aspecto completamente distinto de la condición humana, cuya diversidad no se agota en las distintas articulaciones de la vita activa y que, cabe sospechar, no se agotarían incluso si en ella incluyéramos al pensamiento y razón.
Si, por lo tanto, el empleo de la expresión vita activa, tal como lo propongo aquí, está en manifiesta contradicción con la tradición, se debe no a que dude de la validez de la experiencia que sostiene la distinción, sino más bien del orden jerárquico inherente a ella desde su principio. Lo anterior no significa que desee impugnar o incluso discutir el tradicional concepto de verdad como revelación y, en consecuencia, como algo esencialmente dado al hombre, o que prefiera la pragmática aseveración de la Edad Moderna en el sentido de que el hombre sólo puede conocer lo que sale de sus manos. Mi argumento es sencillamente que el enorme peso de la contemplación en la jerarquía tradicional ha borrado las distinciones y articulaciones dentro de la vita activa y que, a pesar de las apariencias, esta condición no ha sufrido cambio esencial por la moderna ruptura con la tradición y la inversión final de su orden jerárquico en Marx y Nietzsche. En la misma naturaleza de la famosa «apuesta al revés» de los sistemas filosóficos o de los actualmente aceptados, esto es, en la naturaleza de la propia operación, radica que el marco conceptual se deje más o menos intacto.
La moderna inversión comparte con la jerarquía tradicional el supuesto de que la misma preocupación fundamental humana ha de prevalecer en todas las actividades de los hombres, ya que sin un principio comprensivo no podría establecerse orden alguno. Dicho supuesto no es algo evidente, y mi empleo de la expresión vita activa presupone que el interés que sostiene todas estas actividades no es el mismo y que no es superior ni inferior al interés fundamental de la vita contemplativa.
Cortesia de: Bloghemia
sábado, 23 de julio de 2022
"Lo políticamente correcto"
¿Qué es la autocensura y por qué no deberíamos ocultar lo que pensamos?
De un tiempo a esta parte, cada vez más personas se sienten ansiosas por decir lo que piensan. Experimentan la necesidad de disculparse de antemano por decir algo sensato. Temen que las excluyan por no apegarse al discurso normativo. Que malinterpreten sus palabras y las marquen de por vida. Que las pongan en la lista negra de los enemigos de cualquier grupo minoritario convencido de que el mundo debe y tiene que girar a su alrededor.
Como resultado, la autocensura que crece como la mala hierba.
Sin embargo, la autocensura y lo políticamente correcto llevado al extremo suele asumir la forma de una “rectitud opresiva”. La justicia opresiva se produce cuando percibimos que no podemos compartir nuestra perspectiva porque esta desafía los principios en boga en ese momento. Así terminamos midiendo al milímetro cada palabra antes de proferirla, valorándola desde todas las aristas posibles para convertir el acto de comunicar en un ejercicio de malabarismo sobre una cuerda floja, arebatándole toda autenticidad.
¿Qué es la autocensura en Psicología?
Cada vez más personas “editan” mentalmente lo que van a decir porque tienen miedo de ofender a alguien – aunque siempre habrá alguien que termine ofendido – intentan encontrar el momento perfecto para decir algo y se preocupan en demasía por cómo los demás interpretarán sus palabras. Se sienten ansiosas ante la perspectiva de decir lo que piensan y experimentan la necesidad de disculparse de antemano por sus opiniones. En general, asumen lo peor y se preocupan por todo lo que podría salir mal. Esas personas terminan atrapadas en un mecanismo de autocensura.
La autocensura es un mecanismo mediante el cual nos volvemos extremadamente cuidadosos con lo que decimos o hacemos para evitar una atención negativa. Es esa voz en tu mente que te dice “no puedes” o “no debes”. No puedes expresar tu opinión, no debes mostrar lo que sientes, no puedes disentir, no debes ir contracorriente. En resumen, es la voz que te dice que no puedes ser quien eres.
Curiosamente, la autocensura está aumentando independientemente de cuán moderados o extremos sean los puntos de vista de la sociedad. Investigadores de las universidades de Washington y Columbia descubrieron que la autocensura se ha triplicado desde la década de 1950 hasta la fecha en Estados Unidos. Ese fenómeno está tan extendido que, en 2019 cuatro de cada diez estadounidenses reconocieron que se autocensuraban, una tendencia más común entre quienes cuentan con estudios superiores.
Estos politólogos creen que la autocensura se produce fundamentalmente debido al miedo a expresar una opinión impopular que termine aislándonos de familiares, amigos y conocidos. Por tanto, puede ser una mera estrategia de supervivencia en una cultura tóxica polarizada, en la que diferentes grupos se ven a sí mismos como irremediablemente divididos en un abanico cada vez más amplio de temas.
En ese contexto tan rígido en el que solo se perciben los opuestos y no hay espacio para los sensatos puntos intermedios, decir algo incorrecto implica correr el riesgo de que los demás te identifiquen como parte del grupo “enemigo” absolutamente en cualquier asunto, desde las vacunas hasta la guerra, la cuestión del género o los tomates voladores. Para evitar la confrontación, el estigma o la exclusión, muchas personas simplemente optan por autocensurarse.
Los largos y peligrosos tentáculos de la autocensura
En 2009, casi un siglo después del holocausto armenio en Turquía, antes conocido como el imperio otomano, la historiadora Nazan Maksudyan analizó cuánto de la narrativa histórica de aquellos eventos podía llegar efectivamente hasta los lectores turcos actuales y filtrarse en el debate social que se estaba produciendo en el país.
Tras analizar las traducciones al turco de libros de historia, comprobó que los escritores, traductores, y editores más modernos manipularon y distorsionaron algunos de los datos, bloqueando la libertad de acceso a la información. Lo interesante es que muchos de ellos se autocensuraron al abordar el genocidio de los armenios durante la Primera Guerra Mundial para evitar la censura pública o ganarse la aprobación del sector dominante en la sociedad.
No es la primera vez que ocurre algo así ni será la última. Svetlana Broz, quien brindó sus servicios como médica en una Bosnia devastada por la guerra, descubrió que muchas personas ayudaron a los musulmanes, pero lo mantuvieron en secreto para evitar las sanciones negativas de su propio grupo. Sin embargo, experimentaban una gran necesidad de compartir sus historias.
Obviamente, la autocensura suele ejercerse sobre aquellos temas que la sociedad considera “delicados”. Independientemente de los motivos de la autocensura, lo cierto es que cuando no tenemos acceso a la información que otros poseen porque se censuran a sí mismos y no la comparten, todos perdemos la oportunidad de identificar los problemas y encontrar la mejor solución posible. Aquello de lo que no se habla se convierte en un “elefante en la habitación” que genera fricciones y conflictos, pero sin posibilidades de solución.
La autocensura proviene en gran medida del “pensamiento grupal”, que implica pensar o tomar decisiones en grupo de forma tal que se desalienta la creatividad o la responsabilidad individual. El pensamiento grupal es un fenómeno psicológico que se produce cuando el deseo de armonía o conformidad resulta irracional o disfuncional. Básicamente, nos autocensuramos para evitar críticas y atención negativa. Y en muchos casos incluso puede parecer sentido común.
Sin embargo, la autocensura que nos lanza a los brazos de lo políticamente correcto nos arrebata la autenticidad mientras nos impide abordar directamente los temas que nos preocupan o incluso los estereotipos que actúan como barreras para progresar. Y es que muchas veces detrás de la etiqueta “temas delicados” lo que realmente se esconde es una falta de madurez social para poder debatir de manera abierta y una incapacidad para reconocer las propias limitaciones.
Como escribiera el psicólogo Daniel Bar-Tal: “la autocensura tiene el potencial de convertirse en una plaga que no solo impide construir un mundo mejor, sino que también le roba a quien la ejerce el coraje y la integridad”.
Por supuesto, la preocupación por las reacciones negativas de los demás que nos lleva a censurarnos no es completamente negativa. Puede ayudarnos a pensar dos veces antes de hablar. Sin embargo, las normas sociales que marginan los puntos de vista indeseados haciendo que las personas se autocensuren pueden facilitar hasta cierto punto la convivencia, pero esos puntos de vista seguirán existiendo porque no se han canalizado adecuadamente ni han cambiado, tan solo se han reprimido. Y cuando algo se reprime durante mucho tiempo, termina ejerciendo una fuerza opuesta que a menudo conduce a una involución en la sociedad y en las formas de pensar.
Dejar se autocensurarse sin convertirse en un paria
Asumir una actitud demasiado autocrítica, actuar como censores implacables sobre nuestros pensamientos, palabras o sentimentos por el miedo a peder la aprobación de nuestro grupo social puede empeorar nuestra salud física y mental.
No poder compartir honestamente nuestras opiniones y otros aspectos de nuestra vida interior también puede ser una experiencia particularmente estresante que genera una profunda sensación de aislamiento. De hecho, la autocensura encierra una paradoja: nos censuramos para encajar en el grupo, pero al mismo tiempo nos sentimos cada vez más incomprendidos y aislados en ese grupo.
De hecho, se ha apreciado que las personas con una autoestima baja, más tímidas y con menos argumentos son quienes suelen censurarse más y ser más políticamente correctas. Sin embargo, también se ha constatado que esas personas suelen experimentar menos emociones positivas.
En cambio, expresar nuestras emociones reduce el estrés y nos acerca a las personas con las que compartimos valores, proporcionándonos un sentido de pertenencia y conexión que es fundamental para nuestro bienestar.
Para evitar las consecuencias dañinas de la autocensura y al mismo tiempo no convertirnos en parias, debemos encontrar un equilibrio entre la necesidad de expresarnos con auténticidad y la necesidad de encajar en un grupo o entorno social.No siempre es el momento o el lugar adecuado para mantener una conversación difícil, pero en última instancia es imprescindible que haya espacio para abordar los temas sensibles que nos preocupan y atañen a todos.
Eso también significa contribuir en la medida de nuestras posibilidades y en nuestro radio de acción a crear un clima de tolerancia a las opiniones diferentes, sin caer en la tentación de etiquetar a los demás, para que todos puedan sentirse más cómodos expresando sus ideas. Si no somos capaces de crear y proteger esos espacios de diálogo sin que las personas se perciban como enemigos en un campo de batalla, simplemente retrocederemos, porque las buenas ideas o causas no se imponen acallando al que piensa diferente, se dialogan.
Fuentes:
Gibson, L. & Sutherland, J. L. (2020) Keeping Your Mouth Shut: Spiraling Self-Censorship in the United States. SSRN; 10.2139.
Bar-Tal, D. (2017) Self-Censorship as a Socio-Political-Psychological Phenomenon: Conception and Research. Political Psychology; 38(S1): 37-65,
Maksudyan, N. (2009). Walls of silence: Translating the Armenian genocide into Turkish and self-censorship. Critique; 37(4): 635–649.
Hayes, A. F. et. Al. (2005) Willingness to Self-Censor: A Construct and Measurement Tool for Public Opinion Research. International Journal of Public Opinion Research; 17(3): 298–323.
Broz, S. (2004). Good people in evil times. Portraits of complicity and resistance in the Bosnian War. New York, NY: Other Press
Cortesia de: Rinconpsicologia.com
Michael Hudson
El fin de la civilización occidental: por qué carece de resiliencia y qué ocupará su lugar
Michael Hudson
Conferencia principal de Michael Hudson en la Universidad Global en China el 11 de julio de 2022
Por qué carece de resiliencia y qué ocupará su lugar [1]
El mayor desafío al que se enfrentan las sociedades siempre ha sido cómo llevar a cabo el comercio y el crédito sin permitir que los comerciantes y acreedores ganen dinero explotando a sus clientes y deudores. Toda la antigüedad reconoció que el impulso de adquirir dinero es adictivo y, de hecho, tiende a ser explotador y, por lo tanto, socialmente dañino. Los valores morales de la mayoría de las sociedades se oponían al egoísmo, sobre todo en forma de avaricia y adicción a la riqueza, lo que los griegos llamaban philarguria -amor al dinero, manía de la plata. Los individuos y las familias que se entregaban al consumo ostentoso tendían a ser condenados al ostracismo, porque se reconocía que la riqueza a menudo se obtenía a expensas de los demás, especialmente de los débiles.
El concepto griego de arrogancia involucraba un comportamiento egoísta que causaba daño a otros. La avaricia y la codicia debían ser castigadas por la diosa de la justicia Némesis, quien tenía muchos antecedentes en el Cercano Oriente, como Nanshe de Lagash en Sumer, protegiendo al débil contra el poderoso, al deudor contra el acreedor.
Esa protección es lo que se esperaba que los gobernantes proporcionaran al servir a los dioses. Es por eso que los gobernantes estaban imbuidos de suficiente poder para proteger a la población de ser reducida a la dependencia de la deuda y al clientelismo. Los caciques, los reyes y los templos estaban a cargo de asignar créditos y tierras de cultivo para permitir que los pequeños propietarios sirvieran en el ejército y proporcionaran trabajo forzado. Los gobernantes que se comportaban de manera egoísta podían ser derrocados, o sus súbditos podían huir, o apoyar a líderes rebeldes o atacantes extranjeros que prometían cancelar deudas y redistribuir la tierra de manera más equitativa.
La función más básica de la realeza del Cercano Oriente era proclamar el "orden económico", cancelaciones de deudas de borrón y cuenta nueva de misharum y andurarum, que se hicieron eco en el Año del Jubileo del judaísmo. No había “democracia” en el sentido de que los ciudadanos eligieran a sus líderes y administradores, pero la “realeza divina” estaba obligada a lograr el objetivo económico implícito de la democracia: “proteger a los débiles de los poderosos”.
El poder real estaba respaldado por templos y sistemas éticos o religiosos. Las principales religiones que surgieron a mediados del primer milenio antes de Cristo, las de Buda, Lao-Tse y Zoroastro, sostenían que los impulsos personales debían estar subordinados a la promoción del bienestar general y la ayuda mutua.
Lo que no parecía probable hace 2500 años era que una aristocracia de señores de la guerra conquistaría el mundo occidental. Al crear lo que se convirtió en el Imperio Romano, una oligarquía tomó el control de la tierra y, a su debido tiempo, del sistema político. Abolió la autoridad real o cívica, transfirió la carga fiscal a las clases bajas y endeudó a la población y la industria.
Esto se hizo sobre una base puramente oportunista. No hubo ningún intento de defender esto ideológicamente. No había indicios de que un Milton Friedman arcaico surgiera para popularizar un nuevo orden moral radical que celebrara la avaricia al afirmar que la codicia es lo que impulsa a las economías hacia adelante, no hacia atrás, convenciendo a la sociedad de dejar la distribución de la tierra y el dinero al "mercado" controlado por privados. corporaciones y prestamistas en lugar de la regulación comunalista de los gobernantes de palacio y los templos, o por extensión, el socialismo actual. Palacios, templos y gobiernos civiles eran acreedores. No se vieron obligados a pedir prestado para funcionar y, por lo tanto, no estaban sujetos a las demandas políticas de una clase de acreedores privados.
Pero endeudar a la población, la industria e incluso los gobiernos con una élite oligárquica es precisamente lo que ha ocurrido en Occidente, que ahora está tratando de imponer la variante moderna de este régimen económico basado en la deuda, el capitalismo financiero neoliberal centrado en los EEUU. De eso se trata la Nueva Guerra Fría actual.
Según la moralidad tradicional de las primeras sociedades, Occidente, comenzando en la Grecia clásica e Italia alrededor del siglo VIII a. C., era bárbaro. De hecho, Occidente estaba en la periferia del mundo antiguo cuando los comerciantes sirios y fenicios trajeron la idea de la deuda con intereses del Cercano Oriente a sociedades que no tenían una tradición real de cancelaciones periódicas de deuda. La ausencia de un poder palaciego fuerte y de la administración del templo permitió que surgieran oligarquías acreedoras en todo el mundo mediterráneo.
Grecia terminó siendo conquistada primero por la oligárquica Esparta, luego por Macedonia y finalmente por Roma. Es el avaro sistema legal pro-acreedor de este último el que ha dado forma a la civilización occidental posterior. Hoy en día, un sistema financiarizado de control oligárquico cuyas raíces se remontan a Roma está siendo apoyado y, de hecho, impuesto por la diplomacia, la fuerza militar y las sanciones económicas de la Nueva Guerra Fría de EE. UU. a los países que buscan resistirlo.
La toma de posesión oligárquica de la antigüedad clásica
Para comprender cómo se desarrolló la civilización occidental de una manera que contuvo las semillas fatales de su propia polarización económica, declive y caída, es necesario reconocer que cuando la Grecia y Roma clásicas aparecen en el registro histórico, una Edad Oscura había interrumpido la vida económica desde el Cercano Oriente hasta el Mediterráneo oriental desde 1200 hasta aproximadamente 750 a. El cambio climático aparentemente causó una severa despoblación, poniendo fin a las economías de palacio Lineal B de Grecia, y la vida volvió al nivel local durante este período.
Algunas familias crearon autocracias mafiosas al monopolizar la tierra y vincular el trabajo a ella mediante diversas formas de clientelismo coercitivo y deuda. Sobre todo, estaba el problema de la deuda con interés que los comerciantes de Oriente Próximo habían traído a las tierras del Egeo y el Mediterráneo, sin el correspondiente control de las cancelaciones de la deuda real.
De esta situación surgieron los “tiranos” reformadores griegos en los siglos VII y VI antes de Cristo desde Esparta hasta Corinto, Atenas y las islas griegas. Se informa que la dinastía Cypselid en Corinto y nuevos líderes similares en otras ciudades cancelaron las deudas que mantenían a los clientes en cautiverio en la tierra, redistribuyeron esta tierra a la ciudadanía y asumieron gastos de infraestructura pública para desarrollar el comercio, abriendo el camino para el desarrollo civil y los rudimentos de la democracia. Esparta promulgó austeras reformas "lycurganas" contra el consumo ostentoso y el lujo. La poesía de Arquíloco en la isla de Paros y Solon de Atenas denunciaron el impulso por la riqueza personal como adictivo, lo que lleva a la arrogancia que daña a otros, para ser castigados por la diosa de la justicia Némesis. El espíritu era similar al babilónico, judaico y otras religiones morales.
Roma tuvo siete reyes legendarios (753-509 a. C.), de quienes se dice que atrajeron inmigrantes y evitaron que una oligarquía los explotara. Pero las familias ricas derrocaron al último rey. No había ningún líder religioso que controlara su poder, ya que las principales familias aristocráticas controlaban el sacerdocio. No hubo líderes que combinaran la reforma económica interna con una escuela religiosa, y no existía una tradición occidental de cancelación de deudas como la que Jesús defendería al tratar de restaurar el Año Jubilar a la práctica judaica. Hubo muchos filósofos estoicos y sitios anfictiónicos religiosos como Delphi y Delos expresaron una religión de moralidad personal para evitar la arrogancia.
Los aristócratas de Roma crearon una constitución y un Senado antidemocráticos, y leyes que hicieron irreversible la servidumbre por deudas y la consiguiente pérdida de tierras. Aunque la ética “políticamente correcta” era evitar participar en el comercio y el préstamo de dinero, esta ética no impidió que surgiera una oligarquía para apoderarse de la tierra y reducir a la servidumbre a gran parte de la población. En el siglo II a. C., Roma conquistó toda la región del Mediterráneo y Asia Menor, y las corporaciones más grandes eran los recaudadores de impuestos, de quienes se dice que saquearon las provincias de Roma.
Siempre ha habido formas para que los ricos actúen santurronamente en armonía con la ética altruista evitando la codicia comercial mientras se enriquecen. Los ricos de la antigüedad occidental fueron capaces de llegar a un acuerdo con tal ética evitando los préstamos directos y el comercio ellos mismos, asignando este "trabajo sucio" a sus esclavos o hombres libres, y gastando los ingresos de tales actividades en filantropía conspicua (que se convirtió en un espectáculo esperado en las campañas electorales de Roma). Y después de que el cristianismo se convirtió en la religión romana en el siglo IV dC, el dinero pudo comprar la absolución mediante generosas donaciones a la Iglesia.
El legado de Roma y el imperialismo financiero de Occidente
Lo que distingue a las economías occidentales de las sociedades anteriores del Cercano Oriente y de la mayoría de las asiáticas es la ausencia de alivio de la deuda para restaurar el equilibrio de toda la economía. Todas las naciones occidentales han heredado de Roma la santidad pro-acreedor de los principios de la deuda que priorizan los reclamos de los acreedores y legitiman la transferencia permanente a los acreedores de la propiedad de los deudores morosos. Desde la antigua Roma hasta la España de los Habsburgo, la Gran Bretaña imperial y los Estados Unidos, las oligarquías occidentales se han apropiado de los ingresos y la tierra de los deudores, mientras trasladan los impuestos de sí mismos al trabajo y la industria. Esto ha provocado austeridad interna y ha llevado a las oligarquías a buscar la prosperidad a través de la conquista extranjera, para obtener de los extranjeros lo que no producen las economías nacionales endeudadas y sujetas a principios legales favorables a los acreedores que transfieren tierras y otras propiedades a una clase rentista .
España en el siglo XVI saqueó grandes cargamentos de plata y oro del Nuevo Mundo, pero esta riqueza fluyó a través de sus manos, se disipó en la guerra en lugar de invertirse en la industria nacional. Con una economía profundamente desigual y polarizada profundamente endeudada, los Habsburgo perdieron su antigua posesión, la República Holandesa, que prosperó como la sociedad menos oligárquica y con más poder como acreedor que como deudor.
Gran Bretaña siguió un ascenso y una caída similares. La Primera Guerra Mundial lo dejó con fuertes deudas de armas con su propia ex colonia, los Estados Unidos. Al imponer la austeridad contra los trabajadores en el país para tratar de pagar estas deudas, el área de la libra esterlina de Gran Bretaña se convirtió posteriormente en un satélite del dólar estadounidense bajo los términos del préstamo y arrendamiento estadounidense en la Segunda Guerra Mundial y el préstamo británico de 1946. Las políticas neoliberales de Margaret Thatcher y Tony Blair aumentaron drásticamente el costo de la vida al privatizar y monopolizar la vivienda pública y la infraestructura, eliminando la antigua competitividad industrial de Gran Bretaña al elevar el costo de la vida y, por lo tanto, los niveles salariales.
Estados Unidos ha seguido una trayectoria similar de extralimitación imperial a costa de su economía nacional. Su gasto militar en el extranjero a partir de 1950 obligó al dólar a abandonar el oro en 1971. Ese cambio tuvo el beneficio inesperado de marcar el comienzo de un "estándar del dólar" que ha permitido que la economía de EE. UU. y su diplomacia militar se beneficien del resto del mundo, acumulando deuda en dólares con los bancos centrales de otras naciones sin ninguna restricción práctica.
La colonización financiera de la Unión Soviética en la década de 1990 por la "terapia de choque" de los regalos de privatización, seguida por la admisión de China en la Organización Mundial del Comercio en 2001, con la expectativa de que China, como la Rusia de Yeltsin, se convertiría en una colonia financiera de EE. UU., llevó a la economía estadounidense a desindustrializarse al trasladar el empleo a Asia. Tratar de forzar la sumisión al control de EE. UU. al inaugurar la Nueva Guerra Fría de hoy ha llevado a Rusia, China y otros países a romper con el sistema dolarizado de comercio e inversión.
Hace apenas una década que el senador John McCain y el presidente Barack Obama caracterizaron a Rusia como una mera gasolinera con bombas atómicas. Lo mismo podría decirse ahora de Estados Unidos, que basa su poder económico mundial en el control del comercio de petróleo de Occidente, mientras que sus principales excedentes de exportación son cultivos agrícolas y armas. La combinación del apalancamiento de la deuda financiera y la privatización ha convertido a Estados Unidos en una economía de alto costo, perdiendo su antiguo liderazgo industrial, al igual que Gran Bretaña. Estados Unidos ahora intenta vivir principalmente de las ganancias financieras (intereses, ganancias de la inversión extranjera y creación de crédito del banco central para inflar las ganancias de capital) en lugar de crear riqueza a través de su propio trabajo e industria. Sus aliados occidentales buscan hacer lo mismo. Ellos eufemizan este sistema dominado por Estados Unidos como “globalización,
Este sistema imperial basado en EE. UU. y la OTAN busca endeudar a los países más débiles y obligarlos a entregar el control de sus políticas al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial. Obedecer los “consejos” antiobreros neoliberales de estas instituciones conduce a una crisis de la deuda que obliga a la depreciación del tipo de cambio del país deudor. Luego, el FMI los “rescata” de la insolvencia con la “condicionalidad” de que vendan el dominio público y transfieran los impuestos de los ricos (especialmente los inversores extranjeros) al trabajo.
La oligarquía y la deuda son las características definitorias de las economías occidentales. El gasto militar estadounidense en el extranjero y las guerras casi constantes han dejado su propio Tesoro profundamente endeudado con los gobiernos extranjeros y sus bancos centrales. Estados Unidos sigue así el mismo camino por el que el imperialismo español dejó endeudada a la dinastía de los Habsburgo con los banqueros europeos, y la participación de Gran Bretaña en dos guerras mundiales con la esperanza de mantener su posición mundial dominante la dejó endeudada y acabó con su anterior ventaja industrial. La creciente deuda externa de Estados Unidos ha sido sostenida por su privilegio de "moneda clave" de emitir su propia deuda en dólares bajo el "estándar del dólar" sin que otros países tengan ninguna expectativa razonable de que se les pague, excepto en aún más "dólares de papel".
Esta riqueza monetaria ha permitido a la élite gerencial de Wall Street aumentar los gastos generales de los rentistas de Estados Unidos mediante la financiarización y la privatización, aumentando el costo de vida y haciendo negocios, como ocurrió en Gran Bretaña bajo las políticas neoliberales de Margaret Thatcher y Tony Blair. Las empresas industriales han respondido trasladando sus fábricas a economías de bajos salarios para maximizar las ganancias. Pero a medida que Estados Unidos se desindustrializa con una creciente dependencia de las importaciones de Asia, la diplomacia estadounidense persigue una Nueva Guerra Fría que está impulsando a las economías más productivas del mundo a desvincularse de la órbita económica estadounidense.
El aumento de la deuda destruye las economías cuando no se utiliza para financiar nuevas inversiones de capital en medios de producción. La mayor parte del crédito occidental actual se crea para inflar los precios de las acciones, los bonos y los bienes raíces, no para restaurar la capacidad industrial. Como resultado de este enfoque de deuda sin producción, la economía interna de los EE. UU. se ha visto abrumada por la deuda contraída con su propia oligarquía financiera. A pesar de la comida gratis de la economía de Estados Unidos en la forma del aumento continuo de su deuda oficial con los bancos centrales extranjeros, sin una perspectiva visible de que se pague su deuda internacional o interna, su deuda continúa expandiéndose y la economía se ha endeudado aún más, apalancado. Estados Unidos se ha polarizado con una riqueza extrema concentrada en la parte superior, mientras que la mayor parte de la economía está profundamente endeudada.
El fracaso de las democracias oligárquicas para proteger a la población endeudada
Lo que ha hecho que las economías occidentales sean oligárquicas es su incapacidad para proteger a la ciudadanía de la dependencia de una clase propietaria de acreedores. Estas economías han conservado las leyes de la deuda basadas en los acreedores de Roma, más notablemente la prioridad de los reclamos de los acreedores sobre la propiedad de los deudores. El acreedor Uno Por Ciento se ha convertido en una oligarquía políticamente poderosa a pesar de las reformas políticas democráticas nominales que amplían los derechos de voto. Las agencias reguladoras gubernamentales han sido capturadas y el poder impositivo se ha vuelto regresivo, dejando el control económico y la planificación en manos de una élite rentista.
Roma nunca fue una democracia. Y en cualquier caso, Aristóteles reconoció que las democracias evolucionan más o menos naturalmente hacia las oligarquías, que afirman ser democráticas para fines de relaciones públicas mientras fingen que su concentración de riqueza cada vez más alta es para lo mejor. La retórica del goteo de hoy describe a los bancos y gerentes financieros dirigiendo los ahorros de la manera más eficiente para producir prosperidad para toda la economía, no solo para ellos mismos.
El presidente Biden y los neoliberales de su Departamento de Estado acusan a China y a cualquier otro país que busque mantener su independencia económica y autosuficiencia de ser “autocráticos”. Su prestidigitación retórica yuxtapone la democracia a la autocracia. Lo que ellos llaman “autocracia” es un gobierno lo suficientemente fuerte como para evitar que una oligarquía financiera de orientación occidental endeude a la población consigo misma, y luego se apodere de sus tierras y otras propiedades para sus propias manos y las de sus patrocinadores estadounidenses y extranjeros.
El doble pensamiento orwelliano de llamar a las oligarquías "democracias" es seguido por la definición de un mercado libre como uno que es libre para la búsqueda de rentas financieras. La diplomacia respaldada por EE. UU. ha endeudado a los países, obligándolos a vender el control de su infraestructura pública y convertir las “cumbres dominantes” de su economía en oportunidades para extraer rentas de monopolio.
Esta retórica de autocracia versus democracia es similar a la retórica que usaron las oligarquías griega y romana cuando acusaron a los reformadores democráticos de buscar la “tiranía” (en Grecia) o la “monarquía” (en Roma). Fueron los “tiranos” griegos quienes derrocaron las autocracias mafiosas en los siglos VII y VI aC, allanando el camino para los despegues económicos y protodemocráticos de Esparta, Corinto y Atenas. Y fueron los reyes de Roma quienes construyeron su ciudad-estado al ofrecer tenencia de tierra de autosuficiencia para los ciudadanos. Esa política atrajo a inmigrantes de las ciudades-estado italianas vecinas cuyas poblaciones estaban siendo forzadas a la servidumbre por deudas.
El problema es que las democracias occidentales no han demostrado ser expertas en evitar el surgimiento de oligarquías y la polarización de la distribución del ingreso y la riqueza. Desde Roma, las “democracias” oligárquicas no han protegido a sus ciudadanos de los acreedores que buscan apropiarse de la tierra, su renta y el dominio público.
Si preguntamos quién está hoy en día promulgando y aplicando políticas que buscan controlar a la oligarquía para proteger el sustento de los ciudadanos, la respuesta es que esto lo hacen los estados socialistas. Solo un estado fuerte tiene el poder de controlar una oligarquía financiera y buscadora de rentas. La embajada china en Estados Unidos demostró esto en su respuesta a la descripción del presidente Biden de China como una autocracia:
Aferrándose a la mentalidad de la Guerra Fría y la lógica hegemónica, EE. UU. persigue la política de bloques, inventa la narrativa de "democracia versus autoritarismo"... y aumenta las alianzas militares bilaterales, en un claro intento de contrarrestar a China.
Guiado por una filosofía centrada en el pueblo, desde el día en que fue fundado... el Partido ha estado trabajando incansablemente por el interés del pueblo y se ha dedicado a hacer realidad las aspiraciones de la gente de una vida mejor. China ha estado promoviendo la democracia popular en todo el proceso, promoviendo la salvaguardia legal de los derechos humanos y defendiendo la equidad social y la justicia. El pueblo chino ahora disfruta de derechos democráticos más plenos, más amplios y completos. [2]
Casi todas las primeras sociedades no occidentales tenían protecciones contra el surgimiento de oligarquías mercantiles y rentistas. Por eso es tan importante reconocer que lo que se ha convertido en la civilización occidental representa una ruptura con el Cercano Oriente, el sur y el este de Asia. Cada una de estas regiones tenía su propio sistema de administración pública para salvar su equilibrio social de la riqueza comercial y monetaria que amenazaba con destruir el equilibrio económico si no se controlaba. Pero el carácter económico de Occidente fue moldeado por rentistas oligarquías. La República de Roma enriqueció a su oligarquía despojando de la riqueza a las regiones que conquistaba, dejándolas empobrecidas. Esa sigue siendo la estrategia extractiva del posterior colonialismo europeo y, más recientemente, la globalización neoliberal centrada en Estados Unidos. El objetivo siempre ha sido “liberar” a las oligarquías de las restricciones a su egoísmo.
La gran pregunta es, ¿"libertad" para quién? La economía política clásica definió un mercado libre como uno libre de ingresos no ganados, encabezado por la renta de la tierra y otras rentas de recursos naturales, la renta de monopolio, el interés financiero y los privilegios de los acreedores relacionados. Pero a fines del siglo XIX, la oligarquía rentista patrocinó una contrarrevolución fiscal e ideológica, redefiniendo un mercado libre como uno del que los rentistas extraigan renta económica: ingresos no ganados.
Este rechazo de la crítica clásica de los ingresos de los rentistas ha ido acompañado de una redefinición de la "democracia" para exigir un "mercado libre" de la variedad oligárquica anticlásica de los rentistas. En lugar de que el gobierno sea el regulador económico de interés público, se desmantela la regulación pública del crédito y los monopolios. Eso permite que las empresas cobren lo que quieran por el crédito que ofrecen y los productos que venden. Privatizar el privilegio de crear dinero-crédito permite que el sector financiero asuma el papel de asignar la propiedad.
El resultado ha sido centralizar la planificación económica en Wall Street, la City de Londres, la Bolsa de París y otros centros financieros imperiales. De eso se trata la Nueva Guerra Fría de hoy: proteger este sistema de capitalismo financiero neoliberal centrado en EE. UU. destruyendo o aislando los sistemas alternativos de China, Rusia y sus aliados, mientras busca financiar aún más el antiguo sistema colonialista patrocinando el poder de los acreedores en su lugar. de proteger a los deudores, imponer una austeridad cargada de deuda en lugar de crecimiento, y hacer irreversible la pérdida de propiedad por ejecución hipotecaria o venta forzosa.
¿Es la civilización occidental una desviación de donde parecía dirigirse la antigüedad?
Lo que es tan importante en la polarización económica de Roma que resultó de la dinámica de la deuda que devenga intereses en las manos rapaces de su clase acreedora es cuán radicalmente su sistema legal oligárquico pro-acreedor difería de las leyes de sociedades anteriores que controlaban a los acreedores y la proliferación de la deuda. El surgimiento de una oligarquía acreedora que usó su riqueza para monopolizar la tierra y hacerse cargo del gobierno y los tribunales (sin dudar en usar la fuerza y el asesinato político dirigido contra los aspirantes a reformadores) se había impedido durante miles de años en todo el Cercano Oriente y otros países de tierras asiáticas. Pero la periferia del Egeo y el Mediterráneo carecía de los controles y equilibrios económicos que habían brindado resiliencia en otras partes del Cercano Oriente.
Todas las economías antiguas operaban a crédito, acumulando deudas de cosecha durante el año agrícola. Las guerras, las sequías o inundaciones, las enfermedades y otras perturbaciones a menudo impedían que se pagaran las deudas acumuladas. Pero los gobernantes del Cercano Oriente cancelaron las deudas bajo estas condiciones. Eso salvó a sus ciudadanos-soldados y trabajadores de perder sus tierras ante los acreedores, quienes fueron reconocidos como un poder rival potencial para el palacio. A mediados del primer milenio antes de Cristo, la servidumbre por deudas se había reducido a un fenómeno marginal en Babilonia, Persia y otros reinos del Cercano Oriente. Pero Grecia y Roma se encontraban en medio de medio milenio de revueltas populares que exigían la cancelación de la deuda y la liberación de la servidumbre por deudas y la pérdida de la tierra de autosuficiencia.
Fueron solo los reyes romanos y los tiranos griegos quienes, durante un tiempo, pudieron proteger a sus súbditos de la servidumbre por deudas. Pero finalmente perdieron ante las oligarquías acreedoras de los señores de la guerra. La lección de la historia es, por lo tanto, que se requiere un fuerte poder regulatorio del gobierno para evitar que surjan oligarquías que utilicen los reclamos de los acreedores y el acaparamiento de tierras para convertir a la ciudadanía en deudores, arrendatarios, clientes y, en última instancia, siervos.
El auge del control de los acreedores sobre los gobiernos modernos
Los palacios y templos de todo el mundo antiguo eran acreedores. Sólo en Occidente surgió una clase de acreedores privados. Un milenio después de la caída de Roma, una nueva clase bancaria obligó a los reinos medievales a endeudarse. Las familias de banqueros internacionales utilizaron su poder de acreedores para hacerse con el control de los monopolios públicos y los recursos naturales, al igual que los acreedores habían conseguido el control de tierras individuales en la antigüedad.
La Primera Guerra Mundial vio a las economías occidentales llegar a una crisis sin precedentes como resultado de las deudas entre aliados y las reparaciones alemanas. El comercio se derrumbó y las economías occidentales cayeron en depresión. Lo que los sacó fue la Segunda Guerra Mundial, y esta vez no se impusieron reparaciones después de que terminó la guerra. En lugar de las deudas de guerra, Inglaterra simplemente se vio obligada a abrir su área de la libra esterlina a los exportadores estadounidenses y abstenerse de revivir sus mercados industriales devaluando la libra esterlina, según los términos del Préstamo y Arriendo y el Préstamo Británico de 1946, como se señaló anteriormente.
Occidente salió de la Segunda Guerra Mundial relativamente libre de deudas privadas y totalmente bajo el dominio estadounidense. Pero desde 1945, el volumen de la deuda se ha expandido exponencialmente, alcanzando proporciones de crisis en 2008 cuando la burbuja de las hipotecas basura, el fraude bancario masivo y la pirámide de la deuda financiera explotaron, sobrecargando a las economías de EE. UU., Europa y el Sur Global.
El Banco de la Reserva Federal de EE. UU. monetizó $ 8 billones para salvar las tenencias de acciones, bonos e hipotecas inmobiliarias de la élite financiera en lugar de rescatar a las víctimas de las hipotecas basura y los países extranjeros sobreendeudados. El Banco Central Europeo hizo lo mismo para evitar que los europeos más ricos perdieran el valor de mercado de su riqueza financiera.
Pero ya era demasiado tarde para salvar las economías estadounidense y europea. La larga acumulación de deuda posterior a 1945 ha seguido su curso. La economía estadounidense se ha desindustrializado, su infraestructura se está derrumbando y su población está tan profundamente endeudada que quedan pocos ingresos disponibles para mantener el nivel de vida. Al igual que ocurrió con el Imperio de Roma, la respuesta estadounidense es tratar de mantener la prosperidad de su propia élite financiera mediante la explotación de países extranjeros. Ese es el objetivo de la diplomacia de la Nueva Guerra Fría de hoy. Implica extraer un tributo económico empujando a las economías extranjeras hacia una deuda dolarizada, que se pagará imponiendo depresión y austeridad sobre sí mismas.
Esta subyugación es representada por los principales economistas como una ley de la naturaleza y, por lo tanto, como una forma inevitable de equilibrio, en la que la economía de cada nación recibe "lo que vale". Los modelos económicos dominantes de hoy se basan en la suposición poco realista de que todas las deudas se pueden pagar, sin polarizar los ingresos y la riqueza. Se supone que todos los problemas económicos se curan solos por “la mano del mercado”, sin necesidad de que intervenga la autoridad cívica. La regulación gubernamental se considera ineficiente e ineficaz y, por lo tanto, innecesaria. Eso deja a los acreedores, acaparadores de tierras y privatizadores con las manos libres para privar a otros de su libertad. Esto se describe como el destino final de la globalización actual y de la historia misma.
¿El fin de la historia? ¿O simplemente de la financiarización y privatización de Occidente?
La pretensión neoliberal es que privatizar el dominio público y dejar que el sector financiero se haga cargo de la planificación económica y social en los países seleccionados traerá una prosperidad mutuamente beneficiosa. Se supone que eso hará que la sumisión extranjera al orden mundial centrado en Estados Unidos sea voluntaria. Pero el efecto real de la política neoliberal ha sido polarizar las economías del Sur Global y someterlas a una austeridad plagada de deudas.
El neoliberalismo estadounidense afirma que la privatización, la financiarización y el cambio de la planificación económica de Estados Unidos del gobierno a Wall Street y otros centros financieros es el resultado de una victoria darwiniana que logró tal perfección que es "el fin de la historia". Es como si el resto del mundo no tuviera más alternativa que aceptar el control estadounidense del sistema financiero, el comercio y la organización social global (es decir, neocolonial). Y solo para asegurarse, la diplomacia estadounidense busca respaldar su control financiero y diplomático por medio de la fuerza militar.
La ironía es que la propia diplomacia estadounidense ha ayudado a acelerar una respuesta internacional al neoliberalismo al obligar a gobiernos lo suficientemente fuertes como para retomar la larga tendencia de la historia que ve a los gobiernos empoderados para evitar que la dinámica oligárquica corrosiva descarrile el progreso de la civilización.
El siglo XXI comenzó con los neoliberales estadounidenses imaginando que su financiarización y privatización apalancada por la deuda coronaría el largo ascenso de la historia humana como el legado de la Grecia y la Roma clásicas. La visión neoliberal de la historia antigua se hace eco de la de las oligarquías de la antigüedad, denigrando a los reyes de Roma y a los tiranos reformadores de Grecia por amenazar con una intervención pública demasiado fuerte cuando tenían como objetivo mantener a los ciudadanos libres de la servidumbre por deudas y asegurar la tenencia de la tierra para su autosuficiencia. Lo que se ve como el punto de despegue decisivo es la “seguridad de los contratos” de la oligarquía que da a los acreedores el derecho de expropiar a los deudores. De hecho, esto ha seguido siendo una característica definitoria de los sistemas legales occidentales durante los últimos dos mil años.
Un verdadero final de la historia significaría que la reforma se detendría en todos los países. Ese sueño parecía cercano cuando a los neoliberales estadounidenses se les dio carta blanca para remodelar Rusia y otros estados postsoviéticos después de que la Unión Soviética se disolviera en 1991, comenzando con una terapia de choque privatizando los recursos naturales y otros bienes públicos en manos de cleptócratas de orientación occidental que registraban riqueza pública en sus propios nombres, y cobrar mediante la venta de sus ganancias a inversores estadounidenses y occidentales.
Se suponía que el final de la historia de la Unión Soviética consolidaría el Fin de la Historia de Estados Unidos al mostrar lo inútil que sería para las naciones tratar de crear un orden económico alternativo basado en el control público del dinero y la banca, la salud pública, la educación gratuita y otros subsidios de necesidades básicas, libre de financiación de la deuda. Se consideró que la admisión de China en la Organización Mundial del Comercio en 2001 confirmaba la afirmación de Margaret Thatcher de que no hay alternativa (TINA) al nuevo orden neoliberal patrocinado por la diplomacia estadounidense.
Hay una alternativa económica, por supuesto. Mirando el recorrido de la historia antigua, podemos ver que el principal objetivo de los antiguos gobernantes desde Babilonia hasta el sur de Asia y el este de Asia era evitar que una oligarquía mercantil y acreedora redujera a la población en general a la servidumbre, la servidumbre por deudas y la servidumbre. Si el mundo euroasiático no estadounidense sigue ahora este objetivo básico, estaría restaurando el curso de la historia a su curso anterior a Occidente. Ese no sería el final de la historia, pero volvería a los ideales básicos de equilibrio económico, justicia y equidad del mundo no occidental.
Hoy, China, India, Irán y otras economías euroasiáticas han dado el primer paso como condición previa para un mundo multipolar, al rechazar la insistencia de Estados Unidos de unirse a las sanciones comerciales y financieras de Estados Unidos contra Rusia. Estos países se dan cuenta de que si Estados Unidos pudiera destruir la economía de Rusia y reemplazar su gobierno con representantes similares a Yeltsin orientados a Estados Unidos, los países restantes de Eurasia serían los siguientes en la fila.
La única forma posible de que la historia realmente termine sería que el ejército estadounidense destruyera todas las naciones que buscan una alternativa a la privatización y la financiarización neoliberales. La diplomacia estadounidense insiste en que la historia no debe tomar ningún camino que no culmine en su propio imperio financiero gobernando a través de oligarquías clientelares. Los diplomáticos estadounidenses esperan que sus amenazas militares y el apoyo a los ejércitos delegados obliguen a otros países a someterse a las demandas neoliberales, para evitar ser bombardeados o sufrir “revoluciones de color”, asesinatos políticos y tomas del poder por parte del ejército, al estilo de Pinochet. Pero la única forma real de poner fin a la historia es mediante una guerra atómica para acabar con la vida humana en este planeta.
La Nueva Guerra Fría está dividiendo al mundo en dos sistemas económicos contrastantes
La guerra de poder de la OTAN en Ucrania contra Rusia es el catalizador que fractura al mundo en dos esferas opuestas con filosofías económicas incompatibles. China, el país que crece más rápidamente, trata el dinero y el crédito como un servicio público asignado por el gobierno en lugar de permitir que los bancos privaticen el privilegio de monopolio de la creación de crédito, lo que lleva a que desplacen al gobierno como planificador económico y social. Esa independencia monetaria, que se basa en la creación de su propia moneda nacional en lugar de tomar prestados dólares estadounidenses electrónicos, y que denomina el comercio exterior y la inversión en su propia moneda en lugar de en dólares, se considera una amenaza existencial para el control estadounidense de la economía global.
La doctrina neoliberal estadounidense pide que la historia termine con la “liberación” de las clases adineradas de un gobierno lo suficientemente fuerte como para evitar la polarización de la riqueza y, en última instancia, el declive y la caída. La imposición de sanciones comerciales y financieras contra Rusia, Irán, Venezuela y otros países que se resisten a la diplomacia estadounidense y, en última instancia, a la confrontación militar, es la forma en que Estados Unidos pretende “difundir la democracia” por parte de la OTAN desde Ucrania hasta el Mar de China.
Occidente, en su iteración neoliberal estadounidense, parece estar repitiendo el patrón de la decadencia y caída de Roma. Concentrar la riqueza en manos del Uno Por Ciento siempre ha sido la trayectoria de la civilización occidental. Es el resultado de que la antigüedad clásica tomó un camino equivocado cuando Grecia y Roma permitieron el crecimiento inexorable de la deuda, lo que llevó a la expropiación de gran parte de la ciudadanía y la redujo a la servidumbre de una oligarquía acreedora terrateniente. Esa es la dinámica integrada en el ADN de lo que se llama Occidente y su “seguridad de contratos” sin ninguna supervisión gubernamental en interés público. Al eliminar la prosperidad en el hogar, esta dinámica requiere un esfuerzo constante para extraer una riqueza económica (literalmente, un "flujo") a expensas de las colonias o los países deudores.
Estados Unidos, a través de su Nueva Guerra Fría, tiene como objetivo asegurar precisamente ese tributo económico de otros países. El conflicto que se avecina puede durar quizás veinte años y determinará qué tipo de sistema político y económico tendrá el mundo. Lo que está en juego es algo más que la hegemonía estadounidense y su control dolarizado de las finanzas internacionales y la creación de dinero. Políticamente en cuestión está la idea de “democracia” que se ha convertido en un eufemismo para una oligarquía financiera agresiva que busca imponerse globalmente mediante un control financiero, económico y político depredador respaldado por la fuerza militar.
Como he tratado de enfatizar, el control oligárquico del gobierno ha sido el rasgo distintivo de la civilización occidental desde la antigüedad clásica. Y la clave de este control ha sido la oposición a un gobierno fuerte, es decir, un gobierno civil lo suficientemente fuerte como para evitar que surja una oligarquía acreedora que monopolice el control de la tierra y la riqueza, convirtiéndose en una aristocracia hereditaria, una clase rentista que vive de las rentas de la tierra. intereses y privilegios de monopolio que reducen a la población en general a la austeridad.
El orden unipolar centrado en EE. UU. que esperaba “terminar con la historia” reflejaba una dinámica económica y política básica que ha sido una característica de la civilización occidental desde que la Grecia clásica y Roma partieron por un camino diferente al de la matriz del Cercano Oriente en el primer milenio antes de Cristo.
Para salvarse de ser arrastrados por el torbellino de destrucción económica que ahora envuelve a Occidente, los países del centro euroasiático en rápido crecimiento están desarrollando nuevas instituciones económicas basadas en una filosofía social y económica alternativa. Dado que China es la economía más grande y de más rápido crecimiento en la región, es probable que sus políticas socialistas influyan en la configuración de este emergente sistema financiero y comercial no occidental.
En lugar de la privatización de la infraestructura económica básica por parte de Occidente para crear fortunas privadas a través de la extracción de rentas de monopolio, China mantiene esto en manos públicas. Su gran ventaja sobre Occidente es que trata el dinero y el crédito como un servicio público, que debe asignar el gobierno en lugar de dejar que los bancos privados creen crédito, con deudas que se acumulan sin expandir la producción para elevar los niveles de vida. China también mantiene la salud y la educación, el transporte y las comunicaciones en manos públicas, como derechos humanos básicos.
La política socialista de China es, en muchos sentidos, un retorno a las ideas básicas de resiliencia que caracterizaron a la mayoría de las civilizaciones anteriores a la Grecia y Roma clásicas. Ha creado un estado lo suficientemente fuerte como para resistir el surgimiento de una oligarquía financiera que gana el control de la tierra y los activos rentables. En contraste, las economías occidentales de hoy están repitiendo precisamente ese impulso oligárquico que polarizó y destruyó las economías de la Grecia y Roma clásicas, con Estados Unidos sirviendo (salvando las distancias) como el análogo moderno de Roma.
Documento presentado el 11 de julio de 2022 al Noveno Foro Sur-Sur sobre Sostenibilidad. EL COLAPSO DE LA CIVILIZACIÓN MODERNA Y EL FUTURO DE LA HUMANIDAD. ↑
Reality Check: Falsehoods in US Perceptions of China, 19 de junio de 2022. http://us.china-embassy.gov.cn/eng/zmgx/zxxx/202206/t20220619_10706097.htm . ↑
Cortesia de: El Espia Digital