jueves, 29 de abril de 2021

Fabulas

Poniéndole el cascabel al gato

Desde hacía mucho tiempo, los ratones que vivían en la cocina del granjero no tenían qué comer. Cada vez que asomaban la cabeza fuera de la cueva, el enorme gato gris se abalanzaba sobre ellos. Por fin, se sintieron demasiado asustados para aventurarse a salir, ni aun en busca de alimento, y su situación se hizo lamentable. Estaban flaquísimos y con la piel colgándoles sobre las costillas. El hambre iba a acabar con ellos. Había que hacer algo. Y convocaron una conferencia para decidir qué harían.


Se pronunciaron muchos discursos, pero la mayoría de ellos sólo fueron lamentos y acusaciones contra el gato, en vez de ofrecer soluciones al problema. Por fin, uno de les ratones más jóvenes propuso un brillante plan.


Colguemos un cascabel al cuello del gato -sugirió, meneando con excitación la cola-. Su sonido delatará su presencia y nos dará tiempo de ponernos a cubierto.


Los demás ratones vitorearon a su compañero, porque se trataba, a todas luces, de una idea excelente. Se sometió a votación y se decidió, por unanimidad, que eso sería lo que se haría. Pero cuando se hubo extinguido el estrépito de los aplausos, habló el más viejo de los ratones, y por ser más viejo que todos los demás, sus opiniones se escuchaban siempre con respeto.


El plan es excelente -dijo-. Y me enorgullece pensar que se le ha ocurrido a este joven amigo que está aquí presente.


Al oírlo, el ratón joven frunció la nariz y se rascó la oreja, con aire confuso.


Pero… -continuó el ratón viejo-, ¿quién será el encargado de ponerle el cascabel al gato?


Al oír esto, los ratoncitos se quedaron repentinamente callados, muy callados, porque no podían contestar a aquella pregunta. Y corrieron de nuevo a sus cuevas-, hambrientos y tristes.


EL CONGRESO DE LOS RATONES


Desde el gran Zapirón, el blanco y rubio,

que después de las aguas del diluvio

fue padre universal de todo gato

ha sido Miauragato

quien más sangrientamente

persiguió a la infeliz ratona gente.

Lo cierto es que obligada

de su persecución,la desdichada

en Ratópolis tuvo su congreso.

Propuso el elocuente Rosqueso

echarle un cascabel, y de esta suerte

al ruido escaparían de la muerte.

El proyecto aprobaron uno a uno.

¿Quién lo ha de ejecutar? Eso ninguno.

Yo soy corto de vista.” “Yo muy viejo.

“Yo gotoso”, decían. El consejo

se acabó como muchos en el mundo.

Proponen un proyecto sin segundo.

Lo aprueban. Hacen otro. ¡Qué portento!

¿Pero la ejecución? ¡Ahí está el cuento!


Félix María Samaniego

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